Soy Patrícia Pontes y ejerzo la Podología desde hace más de 17 años. Empecé este camino con la misma curiosidad que aún hoy me impulsa a cruzar fronteras para aprender. Me fui dando cuenta, paso a paso, de que el cuerpo habla mucho antes de que el dolor se instale — y que, cuando escuchamos con atención, podemos intervenir de forma más humana, más precisa, más transformadora.

 

En los últimos años, he dividido mi práctica clínica entre Guimarães, donde trabajo la mayor parte del tiempo, y Barcelona, ciudad donde también atiendo pacientes y continúo profundizando mi formación profesional. He construido una carrera sólida, con formación clínica y hospitalaria en Portugal y en el extranjero. En Madrid y en Estados Unidos realicé un Máster en Podología Clínica y Médico‑Quirúrgica y amplié mi formación en Kinesiología, Posturología y Neuroanatomía Clínica en Madrid y Barcelona. Fue el hábito de partir lo que me acercó a lo que realmente importa: la salud y el bienestar de las personas.

 

A lo largo de los años, exploré diferentes enfoques, combiné áreas de conocimiento, integré técnicas, creé mis propios métodos y abrí espacio para algo que hoy me define: una práctica podológica que pasó de ser 100 % invasiva a ser mayoritariamente no invasiva, centrada en la persona como un todo.

 

Sí, soy meticulosa con el detalle y con el compromiso — y no, no creo en soluciones rápidas. Mi trabajo es técnico, pero también emocional, energético, sutil. Porque el dolor en un pie puede esconder un trauma antiguo, una tensión emocional, un desalineamiento más profundo. Y todo eso merece tiempo, precisión y respeto.

 

Antes de ser podóloga, practiqué competiciones de danza de salón y ritmos latinoamericanos. Pasé por la salsa cubana, por ritmos brasileños y por el tango argentino. Tal vez de ahí viene esta atención al movimiento, a la postura y al equilibrio como expresiones de salud y libertad.

 

Soy apasionada por los zapatos, por la danza, por el glamour. Fue a través de la danza que comprendí que el confort comienza mucho antes de calzar un número. Sin conocimiento técnico ni científico, modificaba y ajustaba mis zapatos de danza para sentir mayor comodidad y prevenir lesiones.

 

Este conocimiento práctico e innato me dio herramientas para ofrecer formación y consultoría para la industria del calzado, porque sé que es posible unir salud y estética, ergonomía y belleza — y porque me gusta estar donde comienza el cambio.

 

Mi misión es esa: devolver a las personas la ligereza de caminar, la confianza de apoyarse en su propio cuerpo y la libertad de moverse sin dolor — en cada paso que decidan dar.